COLECCION 2 DE POEMAS DE MANUEL MARIA FLORES

EN EL BAÑO

Alegre y sola en el recodo blando
que forma entre los árboles el río
al fresco abrigo del ramaje umbrío
se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando
el busto saca del remanso frío,
y ríe y salpica el glacial rocío
el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje
el viento apenas susurrando gira,
slata trinando el pájaro salvaje,

el sol más poco a poco se retira;
todo calla... y Amor, entre el ramaje,
a escondidas mirándola, suspira.



ADORACIÓN

Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu presencia llego.

¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente de dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz con tus amores?

Soy un esclavo que a tus pies se humilla
y suplicante tu piedad reclama,
que con las manos juntas se arrodilla
para decir con miedo. . . que te ama!

¡Te ama! Y el alma que el amor bendice,
tiembla al sentirle como débil hoja.
¡Te ama! y el corazón cuando lo dice
en yo no se qué lagrimas se moja.

¡Perdóname este amor! A mí ha venido
como la luz a la pupila abierta,
como viene la música al oído,
como la vida a la esperanza muerta.

Fue una chispa de tu alma desprendida
en el beso de luz de tu mirada
que al abrazar mi corazón en vida
dejó mi alma a la tuya desposada.

Y este amor es el aire que respiro,
ilusión imposible que atesoro
inefable palabra que suspiro
y dulcísima lágrima que lloro.

Es el ángel espléndido y risueño
que con sus alas en mi frente toca,
y que deja - ¡perdóname, es un sueño!
El beso de los cielos en mi boca.

Mujer, mujer . . . mi corazón de fuego
de amor no sabe la palabra santa,
pero palpita en el supremo ruego
que vengo a sollozar ante tu planta.

¿No sabes que por sólo las delicias
de oír el canto que tu voz encierra,
cambiara yo, dichoso, las caricias
de todas las mujeres de la tierra?

¿Que por seguir tu sombra, mi María,
sellando el labio a la importuna queja,
de lágrimas y besos cubriría
la leve huella que tu planta deja?

¿Que por oír en cariñoso acento
mi pobre nombre entre tus labios rojos,
para escucharte detendré mi aliento,
para mirarte me pondré de hinojos?

¿Que por sentir en mi dichosa frente
tu dulce labio con pasión impreso,
te diera yo, con mi vivir presente,
toda mi eternidad . . . por sólo un beso?

Pero si tanto amor, delirio tanto,
tanta ternura ante mis pies traída,
empapada con gotas de mi llanto,
formada con la esencia de mi vida;
si este grito de amor, íntimo, ardiente,
no llega a ti . . . si mi pasión es loca,
perdona los delirios de mi mente,
perdona las palabras de mi boca.

Y ya no más mi ruego sollozante
irá a turbar tu indiferente calma . . .
Pero mi amor hasta el postrer instante
te daré con las lágrimas del alma.



BAJO LAS PALMAS

Morena por el sol de mediodía
que en llama de oro fúlgido la baña,
es la agreste beldad del alma mía,
la rosa tropical de la montaña.

Dióle la selva su belleza ardiente;
dióle la palma su gallardo talle;
en su pasión hay algo del torrente
que se despeña desbordado al valle.

Sus miradas son luz, noche sus ojos;
la pasión en su rostro centellea,
y late el beso entre sus labios rojos
cuando desmaya su pupila hebrea.

Me tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me embeleso;
y en cada flor con que su senda alfombro
pusiera un alma como pongo un beso.

Allá en las soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo abierto,
y tienen nuestros férvidos amores
la inmensidad soberbia del desierto.

Ella, regia, la beldad altiva,
soñadora de castos embelesos,
se doblega cual tierna sensitiva
al aura ardiente de mis locos besos.

Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
profundos y selvosos laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra
de eneldos y tapices de jacintos.

Y palmas de soberbios abanicos
mecidos por los vientos sonoros,
aves salvajes de canoros picos
y lejanos torrentes caudalosos.

Los naranjos en flor que nos guarecen
perfuman el ambiente, y en su alfombra
un tálamo los musgos nos ofrecen
de las gallardas palmas a la sombra.

Por pabellón tenemos la techumbre
del azul de los cielos soberano,
y por antorcha de himeneo la lumbre
del espléndido sol americano.

Y se oyen tronadores los torrentes
y las aves salvajes en conciertos,
en tanto celebramos indolentes
nuestros libres amores del desierto.

Los labios de los dos, con fuego impresos,
se dicen en secreto de las almas;
después . . . desmayan lánguidos los besos . . .
y a la sombra quedamos de las palmas.




UN BESO NADA MÁS

Bésame con el beso de tu boca,
cariñosa mitad del alma mía:
un solo beso el corazón invoca,
que la dicha de dos... me mataría.

¡un beso nadamás!... Ya su perfume
en mi alma derramándose la embriaga
y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios impaciente vaga.

¡Júntese con la tuya!... Ya no puedo
lejos tenerla de tus labios rojos...
¡Pronto... dame tus labios!... ¡tengo miedo
de ver tan cerca tus divinos ojos!
Hay un cielo, mujer en tus abrazos,
siento de dicha el corazón opreso...
¡Oh! ¡sosténme en la vida de tus brazos
para que no me mates con tu beso!



Francesa

- La tierra en donde vi la luz primera
es vecina del golfo en que suspende
el Po, ya fatigado, su carrera.

Amor, que sin sentir el alma prende,
A éste prendó del don, que arrebatado
Me fue de modo que aun aquí me ofende.

Amor, que obliga a amar al que es amado,
Juntónos a los dos con red tan fuerte
Que para siempre ya nos ha ligado.

Amor hiriónos con terrible suerte;
Y está Caín de entonces esperando
Aquí al perverso que nos dio la muerte.

Palabras tan dolientes escuchando
Incliné sobre el pecho la cabeza,
-¿en qué - dijo el Poeta- estás pensando?-

Y respondí, movido de tristeza
-¡Ay de mí! ¡Cuánto bello pensamiento,
Cuánto sueño de amor y de terneza

Los condujeron al fatal momento! -
Y vuelto a ellos -¡Oh, Francesca! - dije -,
Al corazón me llega tu lamento;

Y de tal modo tu dolor me aflige,
Que las lágrimas bañan mi semblante.
Pero tu triste voz a mí dirige,

Y dime de qué modo, en cuál instante,
Cuando tan dulcemente suspirábais,
Y en el fondo del alma, vacilante,

Tímido aún vuestro deseo guardábais.
¿Dime de qué manera inesperada
os reveló el Amor que os adorábais? -

Ella me respondió: - ¡Desventurada!
¡No hay pena más aguda, más impía,
Que recordar la dicha ya pasada

En medio de la bárbara agonía
De un presente dolor! . . . Y esa tortura
La conoce muy bien el que te guía.

Mas ya que tu piedad saber procura
El cómo aquel amor rasgó su velo,
Llorando te diré mi desventura.

Leíamos con quietud y grato anhelo
De Lancelote el libro cierto día,
Solos los dos y sin ningún recelo.

Leíamos . . . y en tanto sucedía
Que dulces las miradas se encontraban
Y el color del rostro se perdía.

Un solo punto nos venció. Pintaban
Cómo, de la ventura en el exceso,
En los labios amados apagaban

Los labios del amante, con un beso,
La dulce risa que a gozar provoca.
Y entonces éste, que a mi lado preso

Para siempre estará, con ansia loca
Hizo en su frenesí lo que leía . . .
Temblando de pasión besó mi boca . . .

Y no leímos más en aquel día.



La Noche

A Juan B. Hijar y Haro

¡Salve, noche sagrada! Cuando tiendes
desde el éter profundo
bordada con el oro de los astros
tu lóbrega cortina sobre el mundo;
cuando, vertiendo la urna de la sombra,
con el blando rocío de los beleños
vas derramando en la Creación dormida
las negras flores de los vagos sueños,
el fúnebre silencio y la honda clama
que a los misterios de no ser convida,
entonces, como flor de las tinieblas,
para vivir en ti, se abre mi alma.

Hermosa eres ¡Oh noche!
Hermosa cuando límpida, serena,
Rivalizando con el mismo día,
Rueda tu luna llena,
Joya de Dios, en la región vacía;
Hermosa cuando opaca,
Esa luna, ya triste, se reclina
En la argentada nube
Que apenas, melancólica, ilumina,
Tan apacible en su divina calma
Que, viéndola, los ojos se humedecen
Y, sin saber por qué, suspira el alma.

Hermosa cuando negra
Como el seno del caos, la eterna sombra,
Insondable y desierta,
Chispea de estrellas, que alumbran parecen,
Pálidos cirios, a la tierra muerta.
¡Y más hermosa aún, cuando agitando
su densa cabellera de tinieblas
trenzadas con el rayo, la tormenta
borra los astros y fulgura y brama,
y azotando los cielos con la llama
del relámpago lívido, revienta!

Entonces, sólo entonces, el aliento
Del huracán que ruge embravecido,
Al rasgar la centella el firmamento,
Al estallar el trueno, es cuando siento
Latir mi corazón, latir henchido
De salvaje embriaguez . . . Quieren mis ojos
Su mirada cruzar fiera y sombría
Con la mirada eléctrica del rayo,
Fatídica también. . Mi pecho ansía
Aspirar en tu atmósfera de fuego
Tu aliento, tempestad . . . ¡Y que se pierda
La ardiente voz de mi agitado seno
En la explosión magnífica del trueno!

¡Quiero sentir que mi cabello azota
la ráfaga glacial; quiero en mi frente
un beso de huracán, y que la lluvia
venga a mezclar sus gotas con la gota
en que tal vez mi párpado reviente!

Noche de tempestad, noche sombría,
¿acaso tú no eres
la imagen de lo que es el alma mía?
Tempestad de dolores y placeres,
Inmenso corazón en agonía. . .

También así, como en sereno cielo
De blanca luz y fúlgidas estrellas,
Miré pasar en delicioso vuelo,
Como esas nubes que argentó la luna,
Fantásticas y bellas
Mis quimeras de amor y de fortuna.
Y así también, de pronto, la tiniebla
Mis astros apagó, rasgó la nube
Cárdeno rayo en explosión violenta,
Y en mi alma desataron
El dolor y la duda su tormenta.

¿Quién como yo sintió? ¿Quién de rodillas
cayó temblando de pasión ante Ella
¿Quién sintiendo corres por sus mejillas
el llanto del amor, en ese llanto
mojó los besos que dejó en su huella?
¿Quién como yo, mirando realizada
la ansiada dicha que alcanzó el empeño,
al irla a disfrutar vio disiparse
en la sombra, en la nada,
la mentira de un sueño?
¿Quién de la vida al seductor banquete
llegó jamás con juventud más loca?
La copa del festín ¿quién más acerba
Apartó de su boca?

¿Quién como yo ha sentido
para tanto dolor el seno estrecho,
y de tanto sollozo comprimido
dolerle el corazón dentro del pecho?
¿Quién a despecho de su orgullo de hombre
ha sentido, cual yo, del alma rota
brotar la acerba gota
de un escondido padecer sin nombre?
¿Quien, soñador maldito,
al quemar, como yo, sus dioses vanos,
por sofocar del corazón el grito
se apretó el corazón con ambas manos?
¿Quién como yo, mintiendo indiferencia
y hasta risas y calma,
atraviesa tan solo la existencia
con una tempestad dentro del alma?

¿Quien busca, como yo, tus muertas horas
¡oh, noche! Y tus estrellas,
fingiendo que son ellas
las lágrimas de luz con que tú lloras?
¿Quién ama como yo tu sombra muda,
tu paz de muerte, y el silencio grave,
a quien la voz de los misterios diste,
y tus suspiros que las auras llevan,
y tu mirada de luceros triste?

Mi alma es la flor, la flor de las tinieblas,
El cáliz del amor y los dolores,
Y se abre, ¡oh, noche! En tu regazo frío,
Y espera, así como las otras flores,
Tu bienhechor rocío.

Hijo yo del dolor, tu negra clama
Es el mejor abrigo,
Para ver en la sombra, sin testigo,
Una noche en el cielo, otra en el alma.